AUTOR: Eleanor Ray
EDITORIAL: Duomo Editorial
Sinopsis Editorial:
Aunque la esperanza parezca desvanecerse… la belleza siempre surge en los lugares más inesperados.
Hace once años, el mundo de Amy se vino abajo y decidió empezar a coleccionar objetos, cosas que le recordaban las épocas felices de su vida. Ahora es una acaparadora compulsiva y su hogar se ha convertido en un almacén repleto de tazas, jarrones y un montón de cosas que, en realidad, no necesita. A este ritmo, acabará enterrada bajo una montaña de trastos en su propia casa. Afortunadamente, la llegada de unos nuevos vecinos la obligará a plantearse su modo de vida. Y por casualidad, un fortuito le devolverá ese pasado que tanto ansía. Porque Amy todavía tiene un futuro que la está esperando.
Esta es una novela muy agradable de leer que sin resultar adictiva, devoras sin darte cuenta. La historia de Amy es lo suficientemente interesante para que desees saber qué fue eso que le ocurrió hace once años y que la ha transformado en la persona que es a día de hoy, alguien muy diferente a la persona que fue.
En realidad sabemos lo que le pasó, su novio Tim y su mejor amiga Chantel, desaparecieron sin dejar ni rastro y para el novio de Chantel, está claro, ambos se fugaron juntos. A pesar de no poder creérselo, al menos al principio, después de once años, ¿qué otra explicación puede haber?
Cuando se quedó sola, se limitó a ir a trabajar cada día en una oficina que no la hace especialmente feliz y a refugiarse en su casa, donde durante todos estos años ha acumulado tal cantidad de cosas que es casi imposible abrir algunas puertas, acceder a los armarios o recordar donde está la chimenea, pero con la llegada de sus nuevos vecinos algo va a cambiar, un accidente fortuito en su jardín trasero hará que entre algunos trozos de macetas rotas aparezca un anillo, un anillo que está segura que Tim compró para ella y algo más, así que, de nuevo su teoría de que él jamás se habría ido con Chantel vuelve a cobrar vida. Y hasta aquí se puede contar.
A ver, a mí la historia me ha gustado, aunque la casa de Amy (e incluso ella, sobre todo al principio) me ponía muy nerviosa. No digo que haya que vivir en el minimalismo puro, pero la saturación de cosas que tiene esta mujer (tazas, llaveros, jarrones, ceniceros, pájaros de porcelana, botellas…) es realmente agobiante, sobre todo porque llega un momento que es tanto lo que tiene y que guarda en cajas, que cuando quiere algo es casi incapaz de encontrarlo o de acceder a ello y lo soluciona comprando de nuevo lo mismo. Lo curioso es que en su trabajo es una persona totalmente diferente, organizada y ordenada y eso me ha resultado de lo más chocante. Creo que nunca me había tropezado con un personaje con este tipo de “problema” y me ha gustado, aunque también angustiado, la verdad.
Esta acumulación compulsiva ha sido la forma de Amy de aferrarse al pasado y no hundirse en el presente, recordando las cosas bonitas que un día le regalaron, acumulando objetos que le recuerdan a ellos y la novela, alternando presente y pasado, aprovecha esta cuestión para hablarnos del cariño, del apego que tenemos por las cosas materiales y de lo difícil que es muchas veces soltar un lastre que nos está “devorando” literalmente. De todos modos creo que se podría haber profundizado un poco más en este tema y en general me ha faltado algo de emoción.
Lógicamente el misterio que se esconde tras la desaparición de Tim y Chantel planea durante toda la lectura y quedará debidamente resuelto, aunque me ha parecido algo previsible.
Otra cosa que me ha gustado, es la llegada de sus nuevos vecinos, un hombre viudo con dos hijos y su nueva novia. Amy que parece querer esconderse del mundo, le cae en gracia a los dos niños y eso, sorprendentemente, es algo que le acabará sentando mejor de lo que espera.
Un libro de lectura ágil, agradable, que habla del amor, la amistad, la pérdida, la soledad, la acumulación compulsiva y que me ha dado muchas ganas de hacer limpieza y tirar la mitad de las cosas inútiles que vamos acumulando.
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